lunes, 10 de febrero de 2014

LAS GOLOSINAS

Las Golosinas

Abusar de las golosinas provoca cambios en las costumbres nutricionales de los niños El consumo de estos dulces ha pasado de ser excepcional a convertirse en un hábito cotidiano
Las golosinas son una tentación a la que pocos se resisten. Sus atractivos colores y formas atraen a niños y mayores, que se dejan arrastrar por la variedad de sabores que deleitan sus paladares. Pero lo que muchos no saben es que estos dulces tan adictivos apenas aportan nutrientes y sí excesivas calorías.
Las golosinas son “calorías vacías”, con un valor nutritivo casi nulo. Están constituidas básicamente por azúcares simples (fructosa, glucosa y sacarosa) de rápida asimilación, aditivos y colorantes artificiales para obtener los llamativos colores... ¡Pero los niños no pueden resistirse a ellas!
Todo es bueno si se toma en la justa medida, sin embargo los niños ante este producto no tienen freno. Además, por el fácil acceso a las golosinas y gominolas hay que vigilar las normas de higiene que las rodea, es muy importante que esten empequetados en bolsitas individuales ya que es un producto que va directamente a la boca del niño.
Aunque es difícil negarle un caramelo a un niño, los padres deben tener en cuenta que un abuso de estos productos puede perjudicar su crecimiento. Endocrinos y pediatras coinciden en que no hay que prohibir las golosinas, pero sí ser estrictos a la hora de su consentimiento. Casi la mitad de los niños españoles toma golosinas al menos una vez por semana, y uno de cada tres consume a lo largo del día dulces o chucherias. Así se desprende de un estudio de la Sociedad Andaluza de Pediatría, que constata que el 55% de los españoles tiene un patrón de nutrición "inadecuado".
Bajo la atractiva apariencia de una golosina se esconden sustancias con calorías vacías que nada aportan al organismo. Y es que si bien un consumo moderado puede resultar el más grande de los placeres, su abuso puede derivar, cuanto menos, en trastornos digestivos y un aumento de caries.
Los caramelos, chicles y gomitas son sólo unos ejemplos del amplio abanico que pueden encontrarse en los quioscos, todas ellas con grandes dosis de azúcares, grasas y aromas, sin olvidar una gran variedad de colorantes, tanto naturales como artificiales, que les dan ese aspecto tan vistoso y que la legislación actual permite a sus productores utilizar.

Atención a los colorantes

La Organización Mundial de la Salud (OMS) puntualiza que entre los colorantes autorizados hay un grupo llamados "azoicos" que pueden producir reacciones adversas en individuos predispuestos. En concreto, son capaces de desencadenar asma en personas con este problema. Es por ello que los especialistas se muestran rotundos: las golosinas no tienen ninguna ventaja para el organismo, o lo que es lo mismo, no aportan nutrientes interesantes a nuestro cuerpo, de ahí que no sea recomendable su consumo.
Sin embargo, la satisfacción que siente un niño cuando se ve recompensado con ellas es una realidad incuestionable. Y es en este punto donde entra en juego el factor psicológico. Para la mayoría de los especialistas, la clave está en moderar la frecuencia de consumo y saber utilizarlas como herramienta para estimular al niño y lograr que aprenda o haga lo que se le pide.
En opinión del profesor titular de Psicopatología Infantil y Juvenil de la Universidad de Málaga, Manuel Jiménez, las golosinas son una herramienta "muy buena" para corregir problemas de conductas en los niños. Pero, ¿cómo lograr que este tratamiento no se vaya de las manos y el niño lo acabe utilizando para chantajear emocionalmente a sus padres?

Chantaje emocional

Hay que aprender a controlar esa situación, a saber muy bien cuándo y cómo hay que dar una chuchería al niño, una dosificación que tendrá que ir acompañada, además de dulces, de actitudes cariñosas. Son "refuerzos sociales" con los que el niño se acabará conformando tras haber realizado bien un trabajo y que a la larga deberán sustituir a la chuchería como recurso de "adiestramiento".
Jiménez asegura que cuando el chantaje emocional domina la situación y persiste es mejor abandonar; aunque cree que hablando con los hijos, haciéndoles ver que si trabajan en lo que queremos tendrán su recompensa, el éxito está casi garantizado.
Este profesor explica además que es un buen método para sustituir al castigo, "pues si bien con éste no se logra enseñar nada, con un premio, está demostrado que sí". Partiendo de la base de que todos los niños consumen golosinas, lo que hay que hacer es utilizarlas para alcanzar fines didácticos.

"Sin azúcar"

Por otra parte, el pediatra Carlos Sierra hace una distinción clara entre las golosinas azucaradas, las chucherías saladas y las que pueden obstruir las vías respiratorias. En las primeras de ellas hace especial hincapié en los productos que se promocionan bajo la denominación "sin azúcar", "ya que las sustancias sustitutivas de la misma son casi peores". El sorbitol y el xylitol, tomadas en grandes cantidades, pueden provocar dolores abdominales y diarreas, debido a su efecto laxante.
Sierra cree que hay que prestar especial atención a la ingestión de gomitas por los más pequeños, "ya que al costarle trabajo masticarlas, pueden ingerirlas casi enteras y atragantárseles". Además, su textura pegajosa las hace poco recomendables si se quiere mantener una buena salud dental.
Por su parte, las patatas fritas forman parte de ese grupo de aperitivos con gran carga calórica que nada ayuda a mantener una dieta equilibrada, ya que una bolsa grande de las mismas proporciona un aporte calórico extraordinario que a la larga, si su consumo es habitual, puede crear malos hábitos nutricionales.
El jefe del servicio de Endocrinología del Hospital Carlos Haya de Málaga, Federico Soriguer, trasciende del plano puramente nutricional y reflexiona sobre el significado social de las chucherias, "que han pasado de ser eso, golosinas, entendiendo como tal a algo que se tomaba excepcionalmente, a ser objetos de consumo cotidianos y de los que con frecuencia se abusa".
Esto está conllevando un cambio en los hábitos nutricionales, que unidos a un mayor sedentarismo, tiempo frente al televisor y prisas en general pueden derivar en importantes enfermedades. Por eso, Soriguer achaca al frenético ritmo de vida parte de la culpa de esos malos hábitos, "pues para que el niño desayune bien hay que dedicarle un tiempo del que los padres carecen; y si, además, queremos que aprecien las verduras y sean futuros seguidores de la dieta mediterránea, entonces también es necesario disciplina y constancia".
Las golosinas infantiles son productos de confitería compuestos por una pasta maciza elaborada con azúcar, aromatizada y coloreada mediante un generoso uso de aditivos y que se presenta con formas y tamaños variados.
 Su nutriente mayoritario son los hidratos de carbono sencillos: glucosa, sacarosa y fructosa suponen entre un 70% y un 80% del peso. La proporción de proteína más común es del 5%-6% aunque una muestra contiene el 7% y otra sólo el 1,5%. 
La proteína se presenta principalmente en forma de gelatina, que proporciona la textura gomosa típica de estos productos. Las grasas, por su parte, suponen menos del 1%. 
El contenido en agua fue siempre inferior al 14% y en algunas, aún menor: entre el 5% y el 8%. Y el aporte energético es de 320 a360 calorías cada cien gramos, demasiado elevado para un producto absolutamente prescindible en nuestra dieta por su casi nulo valor nutritivo.

Su consumo frecuente puede generar obesidad y caries

En nuestra boca existen bacterias que transforman en unos 20 minutos ciertos azúcares (principalmente, sacarosa) en ácidos, que se mezclan con la saliva y las partículas de comida en la boca formando una placa que se adhiere al esmalte, atacándolo y produciendo la caries. Tras consumir estas y otras chucherías, aun en pequeñas cantidades, conviene cepillar los dientes para eliminar los restos de azúcares de la boca, ya que el riesgo de caries no depende de la cantidad de azúcar consumido sino de la frecuencia de su ingesta.
Las golosinas están constituidas principalmente por azúcares simples (glucosa, fructosa y sacarosa), fuente de energía de rápida asimilación. Estos azúcares, al metabolizarse en nuestro organismo. se transforman en glucosa que es absorbida en el intestino, de donde pasa al hígado; allí se transforma en glucógeno y se almacena como reserva energética hasta una cantidad máxima de 100 gramos en el hígado y 200 gramos en los músculos. Si la cantidad de azúcares ingerida es tal que se sobrepasan los límites de almacenamiento de glucógeno, el exceso de glucosa en sangre se transforma en grasa en el tejido adiposo, constituyendo una forma de reserva energética a largo plazo. La obesidad en la edad infantil es particularmente desaconsejable, porque en esta etapa se produce un aumento del número de células de este tejido graso, relacionado con la ingesta de energía. Si el aumento de células grasas es alto, supone un estadio inicial de obesidad difícil de revertir ya que se necesitaría una restricción calórica (que podría afectar al crecimiento del adolescente) para compensar ese aumento de peso.
En la mayoría de las golosinas, la proteína se presenta en forma de gelatina, que se caracteriza por una composición incompleta en aminoácidos ya que no aporta las cantidades necesarias de algunos esenciales: metionina, lisina y triptófano. No se las debe considerar como productos que aportan proteína.
En resumen, las golosinas representan un elevado aporte energético, poca proteína de escasa calidad, muy pocos minerales y ausencia de vitaminas, por lo que no deberían formar parte de la dieta habitual. A pesar de que no haya normativa referente a esta cuestión, las de gran tamaño suponen un riesgo para los niños pequeños: debido a su textura gomosa se mastican con dificultad, lo que puede provocar atragantamientos que podrían desembocar en asfixia.
Se han detectado muchas irregularidades en el etiquetado. Sólo Frutitas Roypas cumple la norma. Denominación de venta, lista de ingredientes, lote y modo de conservación son las informaciones peor indicadas.
El casi nulo valor nutritivo de este producto y los perjuicios que causa su consumo habitual (obesidad y caries) hacen que no se elija una mejor relación calidad-precio.

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